"Según cuenta una vieja historia, cierto día, un hombre gravemente enfermo fue llevado en silla de ruedas a una habitación de hospital donde otro paciente ocupaba la cama que había junto a la ventana. Al poco tiempo, los dos ya se habían hecho amigos, y el que estaba al lado de la ventana miraba por ella y se pasaba las horas deleitando a su compañero postrado en la cama con vívidas descripciones del mundo exterior.
Algunos días describía la belleza de los árboles del parque que había frente al hospital y la danza de las hojas en el viento. Otros días entretenía a su amigo con minuciosas narraciones de lo que la gente que pasaba junto al hospital hacía. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, el hombre postrado en la cama empezó a sentirse frustrado porque no podía ver por sí mismo las maravillas que su amigo describía. Su antipatía ffue en aumento y acabó por odiarlo intensamente.
Una noche, durante un ataque de tos particularmente severo, el paciente de la cama junto a la ventana dejó de respirar. En vez de apretar el interruptor para pedir ayuda, el otro hombre eligió no intervenir. A la mañana siguiente, el paciente que le había proporcionado a su amigo tanta felicidad compartiendo con él lo que veía a través de la ventana fue declarado muerto y retirado de la habitación. Sin pérdida de tiempo, el otro hombre pidió que colocaran su cama al lado dela ventana, una petición que fue atendida por la enfermera de servicio. Pero cuando al fin se asomó, descubrió algo que le hizo estremecerse: la ventana daba a una desnuda pared de ladrillos. Su antiguo compañero de habitación había sacado las increíbles vistas que le describía de su imaginación como gesto de amor para hacer el mundo de su amigo un poco mejor en aquel momento difícil. Había actuado desinteresadamente, por amor.
Este cuento lo encontré hace tiempo en un maravilloso libro de Robin Sharma, "Lecciones sobre la vida del monje que vendió su ferrari", y dado que estamos a las puertas de la Nochebuena y del día de Navidad, me pareció un momento ideal para compartirlo con vosotros.
No soy partidaria en absoluto de ser feliz cual perdiz en estas fechas sólo porque sí, ni de practicar una falsa alegría en forma de saludos efusivos, ni me gusta la solidaridad momentánea...
Es cierto que tener niños en casa, te acerca una mirada nueva y limpia sobre las cosas, pero también es verdad que ellos aún desconocen los entresijos de un mundo que se les antoja perfecto aunque dista mucho de serlo... Bendita infancia...
Pero sí creo que en estas fechas, por aquello de que se acaba el año y es positivo hacer balance de nuestro paso por este mundo y la huella que vamos dejando en él, podemos y debemos pararnos a reflexionar y marcarnos como propósito no para un día, ni para una semana, ni para un mes... sino para todo un año actuar desinteresadamente, por amor.
Quizás a priori no le veamos ningún sentido, pero os invito de verdad a hacer un esfuerzo por cambiar la perspectiva que tengáis de cualquier persona, de cualquier situación... y verlo a través de los ojos de la bondad, como si fuéramos niños, sin condiciones... Ojalá os lleveis una grata sorpresa... Ojalá en vuestro corazón sintáis el peso del amor... Si lo conseguís, es fácil que os cree adicción... ¡¡¡Objetivo conseguido!!! Más si tenemos en cuenta que todo lo que damos, la vida nos lo devuelve.
Quizás ahora sí tengamos fuerza para gritar a todo pulmón: ¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!
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