Había una vez un niño que tenía muy mal genio. Por ello su padre decidió entregarle una caja de clavos y un consejo: cada vez que perdiera el control, debía clavar un clavo en la puerta de su habitación.
El primer día, el niño clavó 37 clavos en la puerta. Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su rabia, por tanto, la cantidad de clavos comenzó a disminuir. Descubrió que era más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos en la puerta.
Finalmente llegó el día en que el niño no perdió los estribos. Su padre orgulloso, le sugirió que por cada día que se pudiera controlar, sacase un clavo. Los días pasaron y el joven pudo, finalmente, anunciar a su padre que no quedaban más clavos detrás de la puerta.
Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta, una vez allí le dijo: "has trabajado duro hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta, nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente iguales a las que ves aquí. Tú puedes insultar a alguien por una ofensa, y más tarde retirar lo dicho, pero dependiendo del modo como se lo digas le devastarás, y la cicatriz perdurará siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Recuerda que los amigos son joyas muy escasas, consérvalos, cuídalos, ámalos, pero no los lastimes, hay daños que son irreversibles y no hay perdón que los sane".
El niño comprendió la enseñanza de su padre y jamás volvió a tener que controlar su ira porque se dedicó a tomarse las cosas con calma y a actuar siempre guiado por el amor.
¡¡¡¡Buen lunes!!!!
Buenos días Susana, gracias por tu comentario, qué curioso que conozcas a Marta!!!si al final el mundo es un pañuelo. Tú entrada de hoy...me invita a la reflexión...Un abrazo.
ResponderEliminarPues de eso se trata, de hacer un paréntesis y reflexionar un poco cada día... Me alegra saber que es así... Besos.
EliminarTienes toda la razón Susana. Es fácil dejarse llevar por la ira y el enfado cuando las cosas no salen como queremos, pero es importante aprender a no ofender.
ResponderEliminarUn amigo me explicó una vez algo parecido a lo que tú cuentas en tu entrada de hoy. Me dijo que la confianza es como un hilo muy fino, si tiras demasiado de él, lo rompes. Puedes anudarlo y sigue sirviendo, pero siempre se nota ese nudo y no es lo mismo.
Contar has ta diez o hasta cien si es preciso puede ayudarnos a no hacer daño de forma innecesaria. Las cosas se pueden decir, incluso en muchos caso se deben decir, pero la forma es tan importante o más que el contenido y ofender es un boomerang que termina siempre por darnos en la cara
Curra, es que la palabras tienen un tremendo poder, para bien y para mal, por eso me parece tan importante ser muy cuidadosos con lo que decimos, con lo que damos... es el reflejo de lo que sentimos, pero también de lo que somos, y de la huella que queremos dejar en los demás. Existen muchos "cuentos" sobre este tema, algún día pondré otro... éste de hoy me parecía una buena reflexión para comienzar el año... Un beso.
EliminarQue bonito. Todos deberíamos aprender de este "cuento"...
ResponderEliminarEs una reflexión maravillosa para intentar que todos seamos mejores en el año que viene, que buena falta hace.
Un besito desde http://yoadoroviajar.blogspot.com
Trini.
¡Trini, esa es la intención! Reflexionar un poco sobre cómo ser mejores personas en este año que acabamos de estrenar.
EliminarUn beso y gracias por tu comentario.
Un cuento que invita a la reflexión... pero realmente es complicado no dejarse llevar por nuestra falta de recursos e impaciencia ante quienes están más indefensos... porque a nadie se le ocurre contestar airadamente a alguien que le saca la cabeza... ¿no?.
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